lunes, 30 de septiembre de 2013

Personas adultas mayores, dignidad, derechos y discriminación



Personas adultas mayores, dignidad, derechos y discriminación
(Parte2)

Autora. Ana Luisa Nerio Monroy
30 de septiembre de 2013

La discriminación impide, obstaculiza o restringe el goce y ejercicio de los derechos humanos; se le considera un eje transversal, es decir que permea o atraviesa por todos los derechos, para entender el por qué la población, sujeta a diversas condiciones, características o situaciones, no puede hacer efectivos sus derechos. La discriminación por edad avanzada es una de las más comunes a nivel mundial y nuestro país no es la excepción. La discriminación hacia las personas adultas mayores es un problema arraigado culturalmente en la sociedad y en nuestros tiempos se acentúa debido, entre otras posibles causas, a la tendencia a sobrevalorar la juventud y el concepto de belleza. Lo que es joven es bello y viceversa. La juventud se equipara con bienestar, la salud, poder y productividad. En contrario sensu, la vejez se asimila con el declive, la enfermedad, la pérdida de capacidades físicas, económicas y productivas.

En materia de discriminación hacia las personas adultas mayores, la encuesta Nacional de Discriminación 2010 (ENADIS 2010) del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) indica que 27.9 por ciento de las personas mayores de 60 años han sentido alguna vez que sus derechos no han sido respetados por su edad. En el caso del Distrito Federal, entidad con el mayor porcentaje de personas mayores de 60 años, La Encuesta sobre Discriminación en la Ciudad de México (EDIS-CdMx 2013) del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación en la Ciudad de México (Copred) revela que el 7 por ciento de la población encuestada considera que la edad avanzada es una de las principales causas de discriminación; el 83 por ciento dice que sí se discrimina a las personas adultas mayores; de los 40 grupos de población discriminados en la Ciudad de México, las personas adultas mayores ocupan el quinto lugar.

A pesar de que uno imaginaría que en un país con tanto apego o los ideales de la “familia unida”, las personas adultas mayores son objeto de violencia, discriminación y exclusión social. El primer espacio en donde muchas personas adultas mayores son maltratadas física, económica y emocionalmente, es la familia. El Instituto Nacional de Geriatría señala que (http://www.geriatria.salud.gob.mx/descargas/FS_VIOLENCIA_MALTRATO.pdf) de diversos estudios revisados uno indica que en 2006, se estimó una prevalencia de violencia contra personas adultos mayores de 16.2 por ciento para la Ciudad de México. La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares, realizada en 2011, revela que 17.8 por ciento de las mujeres con 60 y más años de edad habían sufrido al menos un tipo de violencia en los últimos doce meses por parte de su pareja actual. Una de las graves  formas de violencia contra las personas adultas mayores en la económica que en algunos casos implica el despojo de sus pertenencias, incluyendo sus viviendas.

Por supuesto existe la violencia estructural en donde ubicamos a todo este sistema económico, social y político en el que las personas adultas mayores son: 1) De acuerdo a su capacidad de consumo, potenciales clientes o “nichos de mercado” para productos variados que van desde lugares de entretenimiento hasta productos para el cuidado de la salud; 2) Usuarios de servicios públicos y privados en lo que, nuevamente, dependiendo del ingreso que poseen o hayan acumulado, son vistos como clientes o beneficiarios en una lógica asistencialista; 3) Potenciales votantes.

A manera de guía, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) cuenta con “Los Principios de las Naciones Unidas en favor de las personas de edad” aprobados mediante la resolución 46/91 de la Asamblea General del 16 de diciembre de 1991. Estos principios, si bien no son vinculantes, sirven de referencia sobre los mínimos que deben realizar los Estados a favor de su población adulta mayor para que: tengan acceso a alimentación, agua, vivienda, vestuario y atención de salud adecuados; la oportunidad de trabajar o de tener acceso a otras oportunidades de generar ingresos; acceso a programas educativos y de formación adecuados; la posibilidad de vivir en entornos seguros; permanecer integradas en la sociedad, participar activamente en la formulación y la aplicación de las políticas que afecten directamente a su bienestar y poder compartir sus conocimientos y pericias con las generaciones más jóvenes; disfrutar de los cuidados y la protección de la familia y la comunidad; acceso a servicios de atención de salud que les ayuden a mantener o recuperar un nivel óptimo de bienestar físico, mental y emocional; acceso a servicios sociales y jurídicos que les aseguren mayores niveles de autonomía, protección y cuidado; disfrutar de sus derechos humanos y libertades fundamentales cuando residan en hogares o instituciones donde se les brinden cuidados o tratamiento, con pleno respeto de su dignidad, creencias, necesidades e intimidad; poder vivir con dignidad y seguridad y verse libres de explotación y de malos tratos físicos o mentales; recibir un trato digno, independientemente de la edad, sexo, raza o procedencia étnica, discapacidad u otras condiciones, y han de ser valoradas independientemente de su contribución económica.

Al mismo tiempo es necesario insistir en la responsabilidad que como sociedad tenemos en promover el respeto y cuidado de las personas adultas mayores. Reeducarnos, educar y formar a las nuevas generaciones en el reconocimiento de los saberes de las personas adultas mayores, revalorar sus experiencias y recordarnos que todas y todos envejeceremos.

@aluisanerio

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