Autora: Ana Luisa Nerio
Monroy
La historia la cuentan
los vencedores, y lo escribo así, en masculino genérico, sin señalar a las
vencedoras porque algo que han señalado cada vez con más fuerza los estudios
feministas y de género, es la invisibilización de las mujeres y sus aportes a
lo largo de la historia. La Independencia de México no es la excepción. ¿Cuántas
mujeres que participaron de muchas y muy diversas formas en este movimiento han
quedado en el olvido? Casi imposible saberlo, pero seguramente existieron. La cuestión
aquí es que la cultura patriarcal y el androcentrismo borraron a muchas mujeres
de la historia y a otras les regatearon méritos y logros. Ese es el caso de
Doña Josefa Ortiz de Domínguez.
Este mes patrio, como
le llamamos a septiembre las y los mexicanos, retomo una de las mejores y más
bellas prácticas de historiadoras y escritoras feministas. Recordar a una mujer
cuyo papel en nuestra historia nacional fue fundamental. Ciertamente Doña
Josefa no es el caso de la mujer totalmente borrada de la historia. Pero
tampoco se le ha dado el peso que probablemente merece y en algunos aspectos me
parece, su papel se ha reducido a un cotilleo de café, por ese invento muy de
la cultura machista, de su romance con Ignacio Allende.
Quitar estatura y carácter
a mujeres como Doña Josefa y muchas otras, es una práctica del patriarcado y la
cultura androcéntrica que hay que denunciar. Josefa, como señalan estudios
serios, era una mujer educada, de gran personalidad, integridad y decisión. Una
mujer mucho más bella físicamente de lo que sus representaciones muestran,
porque hasta en eso el sistema patriarcal busco restarle importancia. Guapa e
inteligente ¡Imposible! Para dotarla de cierta “respetabilidad” necesitaban
mostrarla al mundo como fea y vieja; pero Josefa era una mujer en sus 30 años,
de un cuerpo armonioso y un rostro bonito, cuando comenzó el movimiento
independentista. Este dato lo traigo a colación no para restar importancia a la
inteligencia, capacidad de trabajo y fuerza de carácter de Josefa, sino,
insisto, para que repensemos en estas representaciones patriarcales y machistas
que se hacen de mujeres que se salen de los estereotipos de género y de los
cánones de lo que se permitía y esperaba de una mujer en esa época.
Considero necesario
recordar que no abundan las fuentes documentales sobre las mujeres que
participaron en la independencia. En algunos casos debido a que se perdieron
los documentos, en otros porque nunca existieron esos relatos. Recordemos también que pocas mujeres tenían
acceso a la educación y podían escribir cartas o algún documento que dejara
constancia de sus actividades o pensamientos. Insisto, la historia era contada
y escrita por hombres, desde su visión empañada por la cultura patriarcal y
machista. Si a eso se suma el poder de la Iglesia conservadora de la época, las
mujeres eran vistas como seres inferiores, subordinadas, destinadas para el
servicio, para ser madres, hijas, esposas o monjas. Que una mujer tuviera educación,
opiniones propias, voz y poder, era algo que molestaba a ciertos círculos
sociales y sobre todo a ciertos hombres.
El contexto cultural y
social del Siglo XIX no era favorable para una mujer adelantada a sus tiempos
como lo fue Doña Josefa Ortiz de Domínguez. Hija de un militar vasco, quedó
huérfana muy niña y ante el hecho de que su hermana mayor quien la cuidaba, contraería
matrimonio, tuvo uno de sus primeros actos de rebeldía, y por sí misma solicito
su ingreso al Colegio de las Vizcaínas (ubicado en lo que hoy es el centro
histórico de la Ciudad de México). Allí estudió hasta su adolescencia.
Documentación existente verifica este hecho y que Josefa era una niña
inteligente, aunque difícil. Y por difícil, en una lectura actual y con
perspectiva de género, pudiera significar una niña que preguntaba, que no se
quedaba callada ante las injusticias, como lo reflejó su personalidad años
posteriores.
Allí en las Vizcaínas
conoció a Don Miguel Domínguez, un hombre cerca de 15 años mayor que ella y con
prestigio como abogado. Don Miguel cortejó a Josefa y dado que el Colegio no
consentía su noviazgo, Josefa decidió escaparse para irse a vivir con Don Miguel.
La falta de fuentes documentales sobre este hecho, no nos permite saber mucho
de cómo y por qué Josefa decidió marcharse así. Lo cierto es que dos años
después y con una hija, contrajeron matrimonio. Junto con su esposo vivió en Querétaro,
en donde Don Miguel era el Corregidor (Gobernador).
Josefa era una mujer
educada y seguramente eso influyó en su interés en los problemas políticos y
sociales de México, su posición social al lado de Don Miguel Domínguez le permitió,
además, rodearse de la gente que como ella consideraban que la Nueva España
debía independizarse. No era una mujer analfabeta y que no supiera escribir.
Como ya se señaló, estudió en las Vizcaínas. Sus mensajes hechos con recortes
de periódico eran elaborados así para que no se descubriera su identidad a
través de su caligrafía. Junto con su esposo, Josefa era parte de la conspiración
que planeaba el levantamiento independentista. Descubierta la conspiración, es
famoso el pasaje histórico que cuenta que fue a través de Josefa que el cura
Hidalgo fue alertado.
Lo que poco se sabe es
que muy probablemente Josefa fue en realidad quien inicia el movimiento, ya que
cuando avisan a Don Miguel Domínguez que la conspiración fue descubierta, tiene
miedo de que se sepa que él y Josefa forman parte de la misma y no quiere
actuar. Josefa insiste en que se alerte al cura Hidalgo. Don Miguel Domínguez no
sabe cómo actuar y la encierra en el cuarto desde donde Josefa da tres golpes
con el tacón de su zapato (hay historiadores que señalan que eso del tacón es
mito), para instruir al mensajero que viajó para avisar a Miguel Hidalgo que había
que iniciar ya el movimiento. No es una advertencia, sino una orden para tomar
las armas; no hay vuelta atrás, la conspiración ha sido descubierta. Fue Josefa
la “chispa” que inició el levantamiento. De no haber tomado esa decisión en ese
momento tal vez la historia sería otra.
Josefa fue aprendida
estando embarazada de su hija número 14. Sí, catorce hijos e hijas, tuvo Josefa.
Eso aunado a los malos tratos y penurias de los años que pasó encerrada en los
dos conventos en los que fue apresada por su participación en la conspiración, influyeron
en su muerte relativamente joven pues falleció a los 60 años aproximadamente.
Josefa fue liberada en
gran medida por la labor de defensa de Don Miguel Domínguez y una vez libre y
con la independencia ya consumada vivió en una casa en el centro histórico de
la Ciudad de México que aún existe. Nunca dejó de estar activa políticamente. Doña
Josefa no murió en la pobreza, pero nunca aceptó tampoco pago alguno por su
papel en la independencia. Ella consideraba que había hecho lo que sus ideales
y convicciones le habían dictado.
Su amor por México, por
un proyecto de país independiente, libre de yugos extranjeros, su niñez como
huérfana, la formación académica de las Vizcaínas, su matrimonio con un hombre
educado y liberal, su fuerza de carácter, integridad y convicciones la colocan
en un lugar especial en nuestra historia.
Josefa fue hija,
esposa, madre, amiga, pero también cómplice, conspiradora, libertadora, y mujer
de avanzada.
Bibliografía:
·
Ángeles
González Gamio, “Josefa y su Independencia”, Editorial Miguel Ángel Porrúa, México,
2016.
·
Radio
INAH, Serie Somos nuestra memoria. Ángeles González Gamio “Josefa Ortiz de
Domínguez: Un emblema femenino de la independencia”. https://www.youtube.com/watch?v=mdR9290guiI
·
El
Colegio de México, Nueva Historia General de México.
·
Brian
Hamnett, Historia de México, 2016.