jueves, 4 de marzo de 2021

El duelo por un perrijo: carta a mi amado Sam

 

 Procesando duelos: carta a mi perrhijo Sam... el amor nunca muere

Autora: Ana Luisa Nerio Monroy

Mi amado, mi muy amado, mi siempre amado Sam Bigotes:

Fuiste un regalo maravilloso. El mejor regalo de Día de Reyes que he recibido. Empecé a escribir este texto unas semanas después de tu partida y lo he leído, corregido y reescrito varias veces. Hoy, a un año de aquella mañana de marzo en que nos miramos por última vez, por fin me animo a publicarlo. Estoy segura que hay personas quienes, como yo, aman o han amado a un perrito; y entenderán lo importante que es compartir, celebrar y agradecer la vida, la hermosa vida de un peludito como tú

Te mire, me miraste y supimos que ese sería un amor para el resto de nuestras vidas.

Era enero de 2011, poco después del Día de Reyes, cuando entré a esa tienda y estabas en los brazos de una vendedora. No recuerdo a los otros cachorritos que estaban allí, había varios más, pero yo sólo te vi a ti. Tenía años deseando tener un perrito, y ya había pensado en un mini schnauzer. Eras muy pequeño y peludito (2 meses y medio), correspondiste a una caricia que te hice lamiendo mi mano. Te cargué y fue mágico. ¿Verdad que fue a amor a primera vista? Siempre lo he pensado. Yo te vi, pero tú me escogiste. Gracias por eso. Dudé un poco pero El Güero (así llamaremos aquí a tu papá), me dijo “pues si lo quieres, nos lo llevamos”. Así fue. Salimos de esa tienda contigo, una bolsa de croquetas, tu camita (esa de tela a cuadros cafés que aún conservo), y la felicidad de saber que nuestra familia estaba completa.

Eres un perruco loco, Sam es un perruco, loco y lo quiero mucho

Tu nombre tiene una historia. Sam Bigotes es un personaje de caricatura, un señor de cejas pobladas, un cazador bigotón muy gracioso. El nombre me gustó mucho para ti. Eras así, peludito, bigotón y cejudito. Sam Bigotes Nerio, tu nombre generaba risa y ternura entre las personas a quienes se los decíamos.

Tu nombre y sobre todo tú, inspiraron canciones y porras: “Eres un perruco loco, tú eres un perruco, loco, Sam es un perruco loco y lo quiero mucho”. Esa misma canción fue con la que nos despedimos, la canté bajito, suavecito para tranquilizarte el día que partiste. Tenías una porra también: “¡Sam, Sam, Sam Bigotes; Sam, Sam, Sam Bigotes, Bigooooteees, Bigoteees, él es Saaammmm...Bigooooteeesss! Y hasta modifiqué la canción “17 años” de los Ángeles Azules para que dijera “Amo sus brinquitos, amo sus bigotes, es mi primer chancho, mi primer amor. Es chiquito, travieso y juguetón, chiquito, travieso y muy tragón; es el chancho del amor, el chancho del amor, el chancho del amor, el chancho del amor”. Chancho era uno de tus muchos apodos.

Sí. Te llamabas Sam Bigotes pero también era Samcito, chancho, chancho bebé, mi gordito, mi rey, papito, gordito chabocho, el chabochito, el bochito, el chivo, chivito, el chivo loco, el bebo, mi chiquito lindo, pelu-baby, el caballero (ese te lo puso mi papá), muñeco, muñequito, mi amore y mi amore perro.

Tus primeros años en casa: entre brincos, helado y paseos.

Nunca había tenido un perrito propio, así que para ambos tu llegada fue una aventura. Padeciste mi inexperiencia y cometí varios errores en tu cuidado, educación y alimentación. Hoy creo que debí ser menos dura, pues como me dijo El Güero, la presencia de seres como tú, es un suspiro en la vida humana.

Debí dejarte más veces junto a mí en la cama y jugar muchas más horas contigo. Me hubiera gustado hacer muchas cosas de manera diferente, pero ambos sabemos que, a pesar de mis errores, lo que nunca te faltó fue mi amor. Traté de ser una buena dogmom. Me gusta cómo una palabra en inglés puede resumir algo tan fácilmente, de manera tan práctica; porque en español no imagino la palabra “mamá-perro”, no se…no me suena. Yo era tu dogmom y cuidarte y amarte ha sido un privilegio.




Tú me ubicabas por mamá. El Güero te enseñó que yo era mamá, y me daba mucha risa cuando no me veías y El Güero te decía “¡Mamá, mamá! ¿Dónde está mamá?”, “Saluda a mamá” “Allí está mamá”. Corrías feliz y brincabas y movías tu colita. Tus bienvenidas eran una de las cosas más lindas de mis días.

Recuerdo claramente la forma en que te asomabas a mi cama por las mañanas para ver si ya estaba despierta; tus patitas sonando en la duela del piso del departamento, el ruido de tu cuerpo al saltar a tu sillón favorito, tus pujiditos cuando algo te asustaba o preocupaba y por supuesto, tu ladrido. Te fascinaba la pechuga de pavo, la carnita de hamburguesa, el helado, las galletas, el pan y la comida de “rancho” que te daba tu abuela. Comías con gran entusiasmo, eras un verdadero tragoncito. También corrías al llegar de un paseo y brincabas a la cama para cerciorarte de que yo estaba allí. Si no nos veíamos por algunos días me recibías con mucho entusiasmo y parecía que me reclamabas con tu ladrido por ausentarme y dejarte. Odiabas que te bañara y durabas horas ofendido conmigo.

Por supuesto amabas que te rascara la pancita y el cuello; eras feliz en nuestras caminatas por la mañana y la tarde, te detenías a oler todo y a veces te “amarrabas” cuando yo quería continuar, pero tú deseabas oler algo más tiempo. Jugabas “luchitas” con tu papá y a las escondidillas; tú y yo teníamos un juego llamado “pelea de cachorros” que eran una especie de luchitas arriba de la cama.

Te tomé muchas fotos (menos de las que creo me hubiera gustado). Ahora me detengo por largos ratos a mirarlas y te veo allí…tan guapo, con tanto porte, y al mismo tiempo con esa carita que amé desde el día que nos encontramos. Podías quedarte por largos ratos entre mis brazos con el cuellito colgando, o en tiempo de frío acurrucado junto a mí en el sillón o la cama.

El Güero solía decir “ese perrito está enamorado de su mamá”. Y se que así era. Me amabas como sólo un ser como tú podía hacerlo. Me amaste de forma incondicional y se que sabes que yo te amé a ti, profundamente. Solías poner tu cabecita en mi pierna y mirarme con esos ojitos negros; si El Güero me abrazaba o se me acercaba tú brincabas y te interponías.

Te cargaba y abrazaba, solía oler tu cabecita y tus orejas para no olvidar tu olor, te olía el “pescuezo” (cuello) y te hacía cosquillas. Muchas veces por la noche me levantaba para hacerte una caricia y darte un beso en tu “coquito” (cabecita). Me gustaba saber que estabas allí, en tu camita, pero muy cerca de mí, cuidándome, acompañándome. Te dí muchos besos, menos de los que debí darte.

Y llego tu hermanita perruna

Dejarte para salir a trabajar se convirtió en una experiencia triste pues te quedabas solo muchas horas. Después de unos años decidimos buscarte compañía. Una hermanita perruna. Fue así como en septiembre de 2014 llegó Coco Channel, una perrita maltés con mucho carácter que se convirtió en tu compañerita de juegos. Se que Channel te extrañó y aún te extraña a montones. Durante varias semanas después de tu partida, al llegar yo o tu papá del trabajo se asomaba para ver sí venías con nosotros, como en las varias ocasiones que regresaste del hospital después de unos días de ausencia. Aún hoy, hay ocasiones que pareciera que te busca o que mira por largos momentos hacia aquellos rincones donde solías recostarte. Se que cuando a ella le toque el momento de partir se reunirá contigo para brincar y jugar juntos.

Así fuimos 4. Coco Channel eligió a tu papá como tú me elegiste a mí. Porque tú eras mío, muy mío y yo era tuya.  Channel y tú se convirtieron en grandes camaradas, brincaban, jugaban y corrían juntos. El carácter de cada uno era distinto, sin embargo, había cosas para las que se aliaban muy bien: chantajear por comida, exigir atención y amor. “La mafia del comer” y los “mafiositos” los bautizó tu papá.

La misión de los perros

Durante estos años he leído muchos artículos sobre los perros, su historia y su misión en nuestras vidas. Cuando enfermaste y con tu partida repasé algunas de esas lecturas. Estoy segura que teníamos que encontrarnos. Fuiste mi compañero en momentos de mucha soledad y tristeza, me rescataste de muchas maneras y se, que quienes aman a un perro comprenden a lo que me refiero. Curaste muchas veces mi corazón y me enseñaste muchas cosas. Esas que sólo ustedes los angelitos peludos pueden enseñar a seres tan básicos y egoístas como somos los seres humanos.

Por ti aprendí a amar y respetar mucho más a perros y gatos; por ti empecé a mirar con más empatía a otras personas que tienen por compañía a un perro (o un gato); por ti me duele el sufrimiento de los perros en la calle, el maltrato animal y me preocupa la adopción y esterilización canina. Gracias a ti comprendí la importancia de disfrutar los paseos sólo por el gusto de caminar; a sentir el sol y el aire. Me enseñaste lo que es amor incondicional y que el amor debe compartirse y crecer; que amar a un perro, como te amé a ti, no puede significar encerrarme en el dolor de tu partida, sino dar oportunidad a mi corazón de volver a amar a muchos otros perritos.

He leído que en ocasiones nuestros perros se llevan las malas energías y nos protegen. Estoy segura que tú me cuidaste siempre. Algunas lecturas señalan que los perros captan el mal o la enfermedad que nos iba a llegar y por eso enferman y a veces mueren de manera repentina. Mi querido Sam… tú y yo sabemos que al menos los últimos meses de tu vida coincidieron con meses complejos de la mía y que mi salud estaba mal, aunque poco hablé de ello.

Por momentos, pensar que tú habías enfermado por protegerme me hizo sentir culpable. Después leí algo al respecto que explica que, una vez cumplida su misión, cada perro debe partir y algunos nos dan un último regalo de amor, al partir llevándose esa mala energía que nos rodeaba; que no debemos sentir culpa. Así debía ser. Así debía concluir la misión. Insisto mi pequeño peludo…no lo sé. Pareciera totalmente irracional, pensamiento mágico, fantasioso o supersticioso, pero yo creo en las energías, en el poder del amor, de la mente y de los pensamientos. Y pensar y creer que tu misión estaba cumplida y que como regalo final me protegiste, y que lo hiciste por amor, me llena de agradecimiento el corazón.

Y te fuiste una mañana soleada de marzo del 2020

Aproximadamente 4 meses antes de tu partida enfermaste. Hospitales, médicos, medicinas…Nunca, te lo juró, nunca pensé que el final estuviera cerca. Estaba segura que te recuperarías como pasó en otras ocasiones. Cuando entendimos que estabas sufriendo y que era momento de dejarte partir se me rompió el corazón. Hicimos todo lo que pudimos y lo sabes. Dejarte ir ha sido una de la decisiones más dolorosas y difíciles de mi vida, pero sabíamos era lo correcto.

No me despegué de ti ni un momento, te bese y abrace, te dije cuánto te amaba y te di las gracias; te aseguré que todo estaría bien, que tú estarías bien, y que yo, papá y Channel nos recuperaríamos, que por favor te fueras tranquilo. Te canté y todo el tiempo te miré a los ojos. Y así fue…dejaste este mundo en paz y acompañado por mamá y papá. Te cargué envuelto en tu cobijita y así en mis brazos viajaste 2 horas hasta casa de tu abuela y tu abuelo humanos.  Ya tenías un lugar designado en su jardín donde ahora reposa tu cuerpecito. Allí, rodeado de árboles y flores, en el campo, con sol y aire fresco, cerca de personas que amo, descansas en paz.

Tuve el privilegio de tenerte 9 años Sam, 9 años y cinco meses que parecen diluirse como agua. Tantas risas, tantos paseos, tanto amor… Mi amado, mi muy amado, mi siempre amado Sam Bigotes, te he llorado mucho, te voy a extrañar lo que me reste de vida. Y confío en que cuando llegue el momento tú estarás con todos mis seres queridos aguardándome.  

Mientras tanto se muy feliz en el cielo Samcito, ya no hay dolor, ya eres libre para brincar, correr, ladrar, comer galletas, helado y carnita.

Te ama, mamá.