Autora: Ana Luisa Nerio
Monroy
Soy una mujer que se asume
católica. Fui criada y educada en esa fe. Voy a misa (no voy a decir que cada
domingo, voy cuando me nace y mi espíritu lo necesita); cumplo con los
mandamientos (hasta ahora no he matado a nadie, ni robado, no tomo el nombre de
Dios en vano y honro a mi padre y a mi madre, por citar unos ejemplos). Me
gusta formar parte de muchas de las tradiciones ligadas al catolicismo, de sus
ritos y simbolismos. A final de cuentas
profesar una religión es un derecho humano. Para mí, profesar mí fe es un
derecho y una necesidad.
Me asumo una católica liberal,
me identifico con la teología de la liberación y con la teología feminista, es
decir, desde mi conocimiento aún limitado del tema del que de ninguna manera
soy experta, la teología feminista tiene una postura crítica frente a dogmas y
preceptos que la Iglesia Católica de corte conservador, ortodoxo, sexista y
patriarcal, ha sostenido durante siglos. La teología feminista reconoce a las
personas como iguales y creadas para relacionarse de manera libre, incluyente y
sin violencia. Cuestiona el papel que la
Iglesia tradicional ha dado a la mujer como subordinada y aplica la perspectiva
de género para analizar los temas que preocupan a las mujeres. “No podemos
dejar de mencionar que la teología feminista introduce y visibiliza el cuerpo
de las mujeres como categoría de reflexión y de análisis teológico,
antropológico social y político. (…) la teología feminista supone también
liberar los cuerpos de mujeres asediados por la violencia física, verbal y
simbólica que padecen cotidianamente”.[1]
Yo creo en un Dios de amor y
de perdón, en un Dios que desea mi felicidad y realización. Mi fe no me quita
mi libertad de consciencia y libre albedrío. Sin embargo, mi fe se queda en la
esfera de mi vida privada. No me confundo y reconozco y valoro la importancia
del Estado Laico.
Soy católica y estoy a favor
del aborto porque creo firmemente en el derecho de las mujeres a decidir sobre
su cuerpo; porque nunca, para ninguna mujer puede ser fácil tomar la decisión
de realizarse un aborto; porque el asunto no es aborto sí o aborto no, sino las
condiciones de seguridad legal y de salud en las que se debe practicar; porque
así como una mujer que desea con todas sus fuerzas ser madre, lo intentará y lo
buscará por todos los medios, la mujer que no quiere ser madre buscará la
manera de abortar aun poniendo su vida en riesgo; porque mientras no haya
educación sexual libre de prejuicios que permita a las personas ejercer su
sexualidad de manera responsable e informada; y no haya acceso a métodos de
anticoncepción disponibles físicamente y accesibles económicamente para la toda
la población, no hay una verdadera libertad para decidir.
Porque mientras siga
existiendo un sistema social, cultural, laboral, económico y judicial
patriarcal, machista, sexista y misógino, no hay verdadera libertad para
decidir.
Mientras los hombres puedan “abortar”
en cualquier momento su deber y obligación ética, moral, económica y social con
las mujeres que abandonan al enterarse de un embarazo, no hay verdadera
libertad, igualdad ni derecho a decidir.
Mientras los hombres no
abandonen sus privilegios, dejen de violentar a las mujeres y sea su cuerpo, su
salud, su libertad y su proyecto de vida el que se ponga en riesgo, no pueden
apropiarse del derecho a decidir sobre la vida de las mujeres.
Mientras el sistema económico,
social y laboral no genere y proporcione a las mujeres condiciones y oportunidades
para ejercer una maternidad feliz, con seguridad social, sistemas de cuidado,
sin techos de cristal ni suelos pegajosos, con garantías para niñas y niños ya
nacidos, no hay libertad para decidir.
La legalización del aborto no
significa que en cualquier momento y en todas las circunstancias se puede
interrumpir un embarazo. Hay límites y circunstancias que la ley regula. Hasta
hoy, leyes como la de la Ciudad de México permite interrumpir el embarazo hasta
las 12 semanas. Hay causales como violación, grave peligro para la vida de la
madre o malformaciones graves del producto que también contempla la legislación.
Cuando se practica un aborto
dentro de un marco legal se proporciona servicio médico, acompañamiento
psicológico, asesoría sobre anticoncepción y seguimiento a la salud de la mujer
post intervención.
Despenalizar el aborto, como
se ha dicho hasta el cansancio, no significa que una mujer esté obligada a
realizarlo. Se trata de que no mueran miles desangradas por introducirse un
gancho, por tomarse una “preparado”, por una intervención mal practicada, sin
el instrumental médico adecuado, en condiciones peligrosas e insalubres.
Se trata de que una mujer que
tuvo un aborto provocado y tiene afectaciones a la salud como un sangrado y recurra a un servicio médico para salvar su vida no sea denunciada y tratada como criminal; que si tuvo una pérdida del producto de la concepción por causas
naturales, no sea llevada a la cárcel pues no es una asesina. Despenalizar el
aborto sí reconoce el derecho a la vida: el de la mujer y su proyecto de vida.
Las cifras hasta hoy no dan indicios que con la legalización se disparen los
números de abortos. Legalizar evitará por el contrario la clandestinidad y todo
lo que esto puede implicar.
Las mujeres han abortado
durante siglos, negar que esta práctica se realiza aún en mujeres que se
consideran católicas es para mí un acto hipócrita, Y querer imponer una visión
desde la fe y convicciones personales a un asunto de salud pública y de
derechos de las mujeres, que ya está inclusive reconocido en instrumentos
internacionales de derechos de las mujeres, es una necedad.
Sí. A quien me lea aquí le
digo. Soy católica y estoy a favor del aborto y sí, estoy tranquila con mi consciencia.
[1]
Radio Ibero, ¿Qué es la Teología Feminista?
http://ibero.mx/prensa/que-es-la-teologia-feminista, 29 Ene 2017. Consulta
hecha el 12 de marzo de 2019.