sábado, 5 de diciembre de 2020

¿Violencia de género o violencia contra las mujeres?


Autora: Ana Luisa Nerio Monroy

Cuando hablamos de violencia de género (o basada en el género) y violencia contra las mujeres no nos estamos refiriendo a lo mismo. Son términos que suelen ser usados de manera indistinta, como si fueran sinónimos y no lo son.

La violencia de género es aquella que afecta tanto a mujeres como a hombres a partir del papel o rol que la sociedad espera desempeñen, en el marco de una cultura y tiempo histórico determinado. Es decir, es una violencia basada en el género de la persona. Por ejemplo, un hombre que no cumple con el mandato de la heterosexualidad, o un niño que no es fuerte y valiente como marcan los estereotipos de género de la masculinidad tradicional, podrían ser objeto de algún tipo de violencia.




Este tipo de violencia no tiene que ver con nacer mujer u hombre en su sentido biológico sino con la construcción social de lo que se supone apropiado para lo femenino y lo masculino, es decir, el género. En el caso de las mujeres, la violencia de género se expresa en actos violentos basados en relaciones de poder, donde las mujeres son vistas y tratadas como inferiores y subordinadas.

El término violencia contra las mujeres refiere a las múltiples formas de violencia que les afectan por el sólo hecho de nacer mujer, a lo que se suma la construcción de género. En este sentido la definición contenida en la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer de 1993, proporciona los elementos esenciales para su entendimiento: “Por violencia contra la mujer se entiende todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada.[1]

CONCLUSIÓN

La violencia de género es aquella ejercida contra cualquier persona, en función de la construcción social de género, es decir, de lo que se espera que mujeres y hombres sean y hagan.

La violencia contra las mujeres es específicamente contra ellas, por haber nacido mujeres.

Cuando hablamos de violencia contra las mujeres y las niñas, necesariamente incluimos el componente de género, por la importancia que tiene éste en la forma que históricamente las mujeres han sido vistas y tratadas como inferiores y subordinadas respecto a los hombres. No puede entenderse la violencia contra las mujeres si no reconoce que, entre las causas de ésta, se encuentra la forma en que los roles y estereotipos tradicionales de género han sido clave para que las mujeres vivan con más o menos libertad, con mayor o menor grado de violencia.

Twitter @aluisanerio

 

 



[1]Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer de 1993, disponible en https://www.ohchr.org/sp/professionalinterest/pages/violenceagainstwomen.aspx

domingo, 24 de mayo de 2020

“Qué linda te ves trapeando Esperancita”: clasismo, desprecio y burla al trabajo del hogar


“Qué linda te ves trapeando Esperancita”: clasismo, desprecio y burla al trabajo del hogar 


Autora: Ana Luisa Nerio Monroy



Esta frase que se ha popularizado en redes sociales y es reproducida en memes y videos no surgió de una escena de telenovela mexicana o de la Rosa de Guadalupe como en un inicio algunas personas suponían; surgió por la idea de un “influencer” a quien le pareció muy chistoso hacerle esta broma a su amigo que se encontraba limpiando el piso. Y lo que podría ser una simple broma,  me parece, tiene componentes clasistas, discriminativos y machistas.


Habrá quien diga ¡Vamos, que no hay que tomarlo tan en serio! ¡Por favor, si es sólo una broma! ¡Es para hacer más llevadera la situación de encierro! ¡No podemos hacer de todo un asunto de género o discriminación! ¡Ahora todo les ofenda a las feministas, caray! Pues no señoras y señores, justo porque dejamos que esas frases pasen como si nada, seguimos viviendo en sociedades clasistas y machistas que normalizan la discriminación y la violencia contra las personas y en particular contra las mujeres.


“Qué linda te ves trapeando Esperancita, pero te faltó aquí, maldita criada” dice la frase completa.  Y lo primero que me genera una punzada en el estómago es “maldita criada”, frase que encierra un enorme clasismo y desdeño por quienes realizan labores del hogar, sean éstas remuneradas o no. ¿Maldita criada? Para empezar la denominación es trabajadora del hogar pues criada es una palabra, hoy en día de connotación discriminadora; y el trabajo del hogar remunerado es un trabajo muy digno y muy necesario. En México el 90 por ciento de las trabajadoras del hogar son mujeres, generalmente indígenas o provenientes de zonas de bajos recursos; muchas empiezan a laborar cuando son muy jóvenes, incluso cuando aún son niñas.


Estoy segura que en estos meses de encierro, durante los cuales muchas personas que contábamos con la ayuda de una trabajadora del hogar en casa, y que ahora realizamos todas esas tareas por las que solíamos pagar, valoramos lo que ese trabajo nos facilita la vida. ¿Maldita criada? No, no, no. Mil veces benditas mujeres que realizan labores necesarias para la reproducción de la vida cotidiana. Hoy miles de ellas se encuentran en situación muy vulnerable porque no pueden salir a trabajar y por lo tanto no reciben sus pagos, porque siguen sin poder ejercer de manera plena derechos laborales, y por tanto, se encuentran entre los grupos de población empobrecidos a causa de esta pandemia.




La frase y su uso sigue reflejando el desprecio para las labores del hogar y trabajo de cuidados que remunerado o no remunerado ¿Adivine quien realiza en la mayoría de los hogares? Las mujeres, ¡Por supuesto! Ya se han publicado diversos análisis de organismos internacionales, organizaciones civiles nacionales, académicas y analistas, que señalan que con esta pandemia las cargas de trabajo de las mujeres se han duplicado y triplicado. Al “home office” las mujeres deben sumar horas como maestras de sus hijas e hijos que toman clases en línea y además debe cocinar, lavar, asear, higienizar y cuidar de otras personas (niñas, niños, personas mayores y parejas). 


Las mujeres siguen llevando las peores y más agotadoras cargas de trabajo en estos los llamados "Tiempos del Covid-19", incluido el trabajo en el hogar no remunerado sin el que no podríamos sobrevivir. ¿O acaso creemos que los trastes y la ropa se lavarán solitos, que los alimentos se prepararan por arte de magia o que un hada sacudirá su varita y las camas estarán hechas, la estancia recogida y el perro paseado? No, eso no pasa. Son personas y son generalmente las mujeres las que realizan esa labor.


A mí no me hace gracia que mujeres y hombres llamen a otras u otros (ni como broma) o se autonombren “Esperancita”, porque hasta en el uso diminutivo del nombre brota un cierto aire de displicencia, de desprecio, un aura de superioridad de quien lo dice hacia el trabajo del hogar y hacia quien lo hace. Y no, no me hace gracia que, frente a un trabajo tan agotador e importante, haya quien crea que es chistoso sumar más trabajo o burlarse de quien ya realizó una tarea, por nuestra incapacidad de solidarizarnos y asumir que, si todas y todos vivimos, convivimos, usamos y habitamos un espacio, es responsabilidad de todas y todos, limpiar, cuidar, alzar y ordenar. Corresponsabilidad, se llama, y cada vez es más urgente practicarla.
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miércoles, 11 de marzo de 2020

Relato de un domingo 8 de marzo en la CDMX (2020)


Relato de un domingo 8 de marzo en la CDMX (2020)

Autora: Ana Luisa Nerio Monroy

Buscando a mi tribu

Desde que tuve conocimiento de la convocatoria pensé en asistir, ya he asistido a otras marchas del 8 de marzo o con motivo de alguna causa de defensa de los derechos humanos. Sin embargo, una pérdida personal me tuvo “varada” unos días. No abundaré en ese tema pues amerita otro texto. Estaba en duelo, deprimida y había somatizado la tristeza convirtiéndola en cansancio crónico y malestar estomacal continuo. Así que fue justo en la mañana del domingo 8 de marzo, muy temprano, que me decidí a asistir a la marcha, pero no tenía un contingente o grupo al cual unirme. No hubo problema. Unos mensajes a unas amigas y fui aceptada de inmediato. Ellas ya se habían organizado y me sumaron rápidamente. Primer acto sororo que recibí esa mañana.

Desayuné con mi “amorts”, porque para luchar por los derechos hay que llevar el estómago lleno y el corazón contento. No quería que con la caminata y el sol se me bajara la presión. Me vestí de negro y morado. ¡Ah y mucho protector solar! El pañuelo verde lo conseguiría después, tal y como lo informó una chica del grupo, con las la chavas de la “marea verde”. En la bolsa el kit básico: dinero en efectivo, una identificación, boletos del metro, pañuelos, agua, dulces (por si se requería azúcar), más protector solar.

De camino al metro

El amorts me llevo al metro para no caminar sola. Y allí sentí un poco de desazón. Un poquitín de miedo. Llegué antes de lo acordado con mis amigas. Avise que ya estaba allí. Ellas venían en camino. A pesar de no ser tan temprano (11:00 A.M.), no había mucha gente. Y no pude evitar pensar en esas personas, y sobre todo hombres que atacan a las feministas o que te miran con la vestimenta morada y hacen cara de desaprobación. Y recordé los rumores en redes sobre las amenazas de rociar con ácido a mujeres que participarían en las marchas. “Nosotras preparamos glitter rosa y ellos amenazan con ácido” leí en Twitter días antes.

Otras mujeres con prendas moradas o verdes fueron llegando al metro. Ya no me sentí tan sola. Cuando mis amigas estuvieron cerca me avisaron para subirme al vagón correcto y encontrarnos. Así fue. Su grito de alegría y de que la primera “colecta” había sido un éxito, me sonrojó. Bajamos estaciones adelante para esperar a más mujeres. Pasillos y vagones se pintaron de violeta y verde. Eran muchas y seríamos todavía más. Una vez reunidas la siguiente parada fue el “El Caballito” sobre Avenida Reforma.

Nos vamos sumando

Ya sobre Reforma y cerca de El Caballito esperamos a otras mujeres. No éramos el único grupo, por supuesto, muchas chavas se encontraron allí con sus amigas. No es romanticismo ni sentimentalismo, pero daba mucha alegría ver a mujeres de diversas edades platicar, sentarse en el piso para elaborar sus carteles, trenzarse el cabello, pintarse consignas en el cuerpo con color verde o morado. En mi grupo se compartió el plumón indeleble para que unas a otras nos ayudáramos a escribir nuestro nombre, el de nuestro contacto, teléfono de contacto y nuestro tipo de sangre “por si acaso”. Otro acto sororo. Una chava llevaba un gatito de peluche con cascabel para que nos ubicarnos y nos cuidarnos entre nosotras.  No todas nos conocíamos, éramos amigas de las amigas, pero allí no conformamos como un grupito para poder salir juntas y apoyarnos. Mas actos sororos.  Por fin llegan todas las que esperábamos. Nos movemos hacia el Monumento a la Revolución.






Inicia la marcha

Juntas nos sumamos al contingente de mujeres que van solas, el que no admite hombres.  Nos damos cuenta que somos muchísimas las que vamos a marchar. Mujeres de todas las edades, algunas que se reconocen feministas otras no, pero en general en contra de la violencia hacia las mujeres. En nuestro grupo van dos niñas de 12 y 13 años. Hijas de mis amigas. Y da gusto verles tan valientes y con ganas de marchar y participar en algo que sus mamás les explican, será histórico. Ver mamás con sus polluelas marchar fue de lo más bonito que viví en la marcha. Para que ellas tengan un mundo distinto, para que no vivan con miedo, para que sean libres de elegir sus vidas.

Las consignas

Y marchábamos, lento, nos deteníamos, avanzábamos, nos deteníamos.  Varias comentamos que éramos muchas mujeres y tal vez eso había alentado la marcha. No perdimos el ánimo, aunque quedamos por momentos atrapadas entre contingentes con posturas diversas. Así te das cuenta que no todas las mujeres se consideran feministas ni todos los feminismos son iguales.

Por momentos las consignas no lograban tener todo el eco que hubiéramos deseado, pero nosotras gritábamos ¡Se va a caer! ¡Lo vamos a tirar! ¡El Estado opresor es un macho violador!, ¡No somos una, no somos cien, mira gobierno, cuéntanos bien! ¡Yo sí te creo, yo sí te creo! ¡Te digo que no, necio no, mi cuerpo es mío, yo decido, tengo autonomía y yo soy mía! Por supuesto en varios tramos brincamos cantado “El que no brinque es macho”. Volvimos a retomar Reforma y una vez más pasamos por El Caballito. Allí nos alcanzó una amiga más.  Seguimos rumbo al zócalo. El sol pegaba con fuerzas. Más protector solar y agua para no deshidratarse.  Allí nos tocó escuchar los primeros golpes, ruidos fuertes de mujeres que intentaban tirar las vallas de protección de algunos inmuebles.  Unas gritaban ¡No violencia! Otras ¡Fuimos todas! Había un poco de confusión. La policía protegía edificios y monumentos ¡Me protegen mis amigas, no la policía! ¡Quisiera ser monumento para que el gobierno me proteja! Gritábamos.

Algunos hombres

En tres ocasiones me sumé a los gritos para sacar a hombres de nuestra sección ¡Fuera hombres! Íbamos en el contingente de sólo mujeres, sin hombres, por lo tanto, compañeras se acercaron a ellos para pedirles se salieran, algunos decían, “pero vengo con ustedes, soy aliado, las apoyo, vengo en paz”.  La respuesta era “vete al contingente del final”. Si leyeran cómo se organizó la marcha, sabrían que los hombres sólo podrían sumarse hasta el contingente del final. Ah, pero… ¡No! Allí van de protagonistas.

Y nos retiramos (sin llegar al Zócalo)

El cierre de calles obligó a las mujeres a tomar 5 de mayo. Allí, apenas a la altura del Banco de México, de repente se oyó un estruendo, las mujeres empezaron a correr de regreso; nos tomó por sorpresa, tuvimos que correr de regreso, perdí de vista a mí grupo.  Hubo miedo, confusión.  Me moví hacia unas ambulancias y allí encontré a dos chavas de mi grupo.  Vimos que estábamos bien y empezamos a caminar nuevamente para buscar a nuestras amigas. Otra vez ruido, mujeres corriendo. Encontramos a las demás chavas. Una de las niñas casi se cae y estaba algo asustada. Otra de as chica se cayó y tenía un ligero raspón. Nada grave. Estábamos bien. Seguimos marchando, pero nuevamente empieza los gritos y la confusión. En se momento decidimos que ya no llegaríamos a la plancha del zócalo. No estábamos seguras sobre qué estaba pasando y lo primero sería nuestra seguridad y la de las niñas.  Caminos juntas a una estación del metro segura. Esperamos estar las del grupo que al final se había quedado con unas 10 de nosotras ya que el resto se había separado durante distintos momentos de la marcha, pero nos aseguramos de que todas estuvieran bien. Y al final, esa frase que, aunque ya se ha normalizado nos recuerda que las cosas deben de cambiar ¡Mandan mensaje de que llegaron bien!

Actos “vandálicos”

Durante la marcha se realizaron pintas, se tiraron muros o bardas de protección de inmuebles o monumentos. Sí. Sí paso. Fueron los menos. No se si yo haría algo así, pero entiendo a las chavas que lo hacen. Antes no lo entendía. Hubo un tiempo en que no comprendía por qué se realizaban ciertas acciones que a mis ojos eran “vandalismo”.  Gracias a muchas amigas y después de escuchar y leer las razones de estos actos, hoy lo veo distinto.  No estoy a favor de la violencia y esto no es violencia. Son actos de intervención sobre cosas, y las cosas no sufren violencia, las mujeres sí. Los edificios, inmuebles, estatuas y monumentos se restauran o se reconstruyen. Una mujer asesinada no volverá.  El hartazgo, la indignación, la rabia pueden llevar a expresiones de que ante los ojos de otras y otros no “sean las formas”.  Una de las chavas de mi grupo señaló que las chicas de negro que realizaban estos actos “se la jugaban”, que hacían lo que muchas no nos atrevemos; que lo mínimo que podíamos hacer era no agredirlas y “arroparlas” (qué bonita palabra). Esto no es vandalismo, porque un vándalo o vándala realiza un destrozo con el mero objetivo del daño por el daño, sin que detrás de su acción haya una demanda social. Aquí hay una demanda clara que durante muchas décadas el Estado Mexicano no ha atendido: las mujeres en todo el país corren peligro todos los días, las matan por ser mujeres; la cultura machista sigue imperando en todos los espacios, no hay seguridad pública eficaz, ni justicia con perspectiva de género y sigue reinando la impunidad.

En casa

Ya en casa dediqué un rato revisar la cobertura de la marcha en redes sociales y medios de comunicación.  Muchos resaltaban la gran convocatoria y que era un día histórico. Otros señalaron los actos de “vandalismo”. Yo, por mi parte, disfruté muchísimo ver todas las maravillosas fotos que se difundieron, ver a un montón de amigas, compañeras y conocidas vestidas con morados y verdes, con sus pañuelos y sus pancartas en fotos individuales y grupales; los mensajes, los post, las reflexiones, las vivencias compartidas de muchas mujeres que marcharon en la Ciudad de México o en otras partes del país y del mundo se cuentan por miles. Hay imágenes hermosas, con mujeres de todas las edades y estilos, con carteles y mensajes exigiendo sus derechos. La marcha va a dar material para muchas charlas, intercambio de ideas y reflexiones.

Me fui a dormir cansada pero muy contenta de haber participado. Por supuesto al día siguiente (9 de marzo), yo hice paro. Me encerré en casa a leer y a realizar acciones de autocuidado. También desaparecí de las redes sociales. 

La sororidad

Esta palabra aún desconocida para muchas personas cobra significado real, tangible y palpable en momentos y días como este 8 de marzo. Sororidad, hermandad entre mujeres, apoyo entre hermanas, sin juzgar, tratando de ponerse en los zapatos de la otra, sin rivalizar, empatizando con las demás. Amigas que te suman a su grupo, que te esperan, que te agregan un grupo de mensajes para estar en contacto y asegurarse de que si algo pasa serás monitoreada. Grupos distintos que se protegen entre sí, chavas y mujeres mayores gritando que te pongas tu pañuelo para protegerte de algún tipo de gas que aventaron (no podría decir que lacrimógeno, porque al parecer no fue eso). Unas a otras nos protegíamos, en un momento tenso entre varias cargaron la carreola con todo y crío de una marchista. Nos compartimos, agua, chocolates, dulces, cigarros, boletos del metro, nos sonreímos, gritábamos y cantábamos. También compartimos nuestra preocupación porque algo pudiera salirse de control y por nuestra seguridad.

No voy a romantizar, seguro muchas de las que marchamos no compartimos ideas o formas de actuar de otras. Las mujeres somos muy distintas, cada una desde sus experiencias, vivencias y distintos espacios. En el feminismo hay mucha diversidad y no todas las mujeres son o se reconocen feministas. Lo que en esa marcha y momento histórico nos convocó fue la indignación, la preocupación y el hartazgo ante la violencia que las mujeres vivimos en el país.

Muchos hombres reconocieron que esta marcha y el paro del 9 de marzo eran necesarios y que ellos, desde sus espacios, también debían trabajar en cambiar la cultura machista, cuestionarse sus privilegios y la forma en que han construido su masculinidad. Esto también me parece positivo.

Muchas mujeres que no suelen asistir a la marcha del 8 de marzo, lo hicieron esta vez. Eso fue muy positivo. Otras tantas no pudieron asistir, pero expresaban su apoyo e interés por entender lo que pasaba y por seguir reflexionado en sus distintos espacios del porqué de la situación de violencia que estamos viviendo. Sobre todo, pensando en qué hacer para que esto cambie, tal vez desde casa, desde un trabajo más micro pero que sin duda puede impactar.

Finalmente leí en una red social el texto de una chava que señalaba que las mujeres no solamente marchamos, las mujeres y las feministas hacemos muchas cosas más para que en este país y mundo se respeten los derechos humanos de otras mujeres y de todas las personas. Marchar o protestar es un derecho que ejercimos y seguiremos ejerciendo. Y al mismo tiempo seguiremos trabajando, cada una desde su espacio para en verdad haya una cambio cultural y social a favor de que todas las mujeres gocemos de todos los derechos, hoy en particular, el derecho a vivir una vida libre de violencia.

¡Nos queremos vivas, libres y sin miedo!
@aluisanerio

viernes, 31 de enero de 2020

Paternidades y masculinidades


Autora: Ana Luisa Nerio Monroy

En la actualidad estamos presenciando un cambio generacional importante en materia de masculinidades y paternidades. Ciertamente, estos cambios no son suficientemente discutidos, y muchos hombres se encuentran en estado de soledad y confusión ante las transformaciones en los roles que juegan en la familia, relaciones de pareja, mundo laboral y en la sociedad. Algunos se sienten confrontados y hasta discriminados. El estudio de las masculinidades, que aporta la perspectiva de género, es un marco de análisis que puede contribuir a que hombres y mujeres comprendamos mejor las transformaciones que se están dando y que requieren diálogos abiertos y comprensivos. Esto será indispensable para lograr la igualdad de género a la que aspiramos si queremos una sociedad y un mundo con equidad, igualdad y sin discriminación.



Ser padre significa, desde una óptica meramente biológica, la capacidad que tiene un hombre de procrear y tener descendencia. Sin embargo, es claro que engendrar un hijo o una hija, no es lo mismo que ejercer la paternidad. Paternidad y maternidad no son algo natural, sino construcciones culturales de lo que, en una sociedad y época determinada, se espera de una mujer o de un hombre que se convierten en madre o en padre, respectivamente.

Ser hombre es un hecho biológico, lo mismo que ser padre. Pero la masculinidad y la paternidad son construcciones socio-culturales. Por ello, no es extraño que ciertas formas de ejercer la paternidad hayan sido (y aún sean) aceptadas, de acuerdo al contexto socio-cultural donde se desarrolla la persona. Así como actualmente se habla de masculinidades en plural, debemos reconocer que hay distintas paternidades que se ejercen en función de la situación socio-económica, la edad, la religión, etcétera.

De manera muy simplificada, se pueden ubicar 7 modelos de paternidad. Sin embargo, es importante reconocer que ninguno se encuentra en forma “pura” y que podemos encontrar algunos rasgos de un modelo en otro.

Tradicional-proveedora-distante. Es aquella donde el padre tiene una figura de autoridad sobre quienes integran la familia, es el principal o único sostén económico y su relación con hijas e hijos es distante, poco afectiva y puede o no ejercer violencia. Delega en la madre, u otras mujeres, las labores de crianza y cuidado. No se involucra más allá de estar “enterado” del desarrollo de sus hijas o hijos. El trabajo (muchas horas fuera), le permite mantenerse alejado del hogar tanto física como emocionalmente. 

Tradicional-proveedora-presente. Es aquella donde el padre tiene una figura de autoridad sobre quienes integran la familia, es el principal o único sostén económico de la familia y su relación con hijas e hijos es “educadora para la vida”, prepara a su descendencia (sobre todo a los hijos varones), para enfrentar al mundo, puede o no ejercer violencia. Delega en la madre, u otras mujeres, las labores de crianza y cuidado. Procura estar más al tanto de lo que sucede con sus hijas e hijos, pero en calidad de encargado de “poner en orden o llamar la atención”, cuando es necesario. Su trabajo le requiere muchas horas fuera del hogar y le permite mantenerse alejado físicamente, aunque suele estar informado de lo que sucede con la familia.

Tradicional-proveedora-involucrada. El padre tiene una figura de autoridad sobre quienes integran la familia, es el principal o único sostén económico de la familia. Además de plantear la importancia de prepararse para enfrentar la vida adulta, procura estar al pendiente del desarrollo de sus hijas e hijos. Se permite tener algunas expresiones de afecto con su descendencia. Procura convivir con su familia y establece comunicación con hijas (en calidad de protector) e hijos (como guía masculina), sin rebasar ciertos límites ni abordar “temas, tabú”. Puede o no ejercer violencia. Delega en la madre, u otras mujeres, las labores de crianza y cuidado. Su trabajo le requiere muchas horas fuera del hogar, pero respeta ciertos tiempos de convivencia como fines de semana, vacaciones y reuniones familiares.


Irresponsable-distante-desinteresada. Es aquella paternidad que no contribuye a la manutención de las hijas e hijos y tampoco sostiene un vínculo afectivo ni ejerce labores de cuidados. Se desentiende de las responsabilidades económicas y afectivas respecto a su descendencia. Puede vivir o no con la familia. Ejercen violencia económica y en muchas ocasiones, emocional. La violencia física puede o no estar presente.

Irresponsable-presente. Es aquella que no contribuye a la manutención de las hijas e hijos, aunque sostiene un vínculo afectivo y en ocasiones ejerce labores de cuidados. Se desentiende de las responsabilidades económicas, aunque mantiene cierto contacto que puede ser afectivo o distante. Puede vivir o no con la familia. Ejercen violencia económica y en muchas ocasiones, emocional. La violencia física puede o no estar presente.

Paternidades en transición. Forman parte de las nuevas generaciones que están atestiguando la inserción de las mujeres al mundo laboral, lo que ha implicado que ellas tengan independencia económica, así como niveles educativos iguales o más altos que sus parejas. Reconocen la igualdad entre mujeres y hombres y se oponen a ejercer violencia. Se involucran más con la crianza de sus hijas e hijos y se sienten más libres para mostrar su afecto y sentimientos, pero todavía no se hacen corresponsables de las tareas de cuidado y labores del hogar de manera suficiente o equitativa con su pareja. Preservan algunos rasgos de machismo. Tienen conflictos con su masculinidad, pues el entorno social los presiona para mantener los privilegios que les ha otorgado por siglos la cultura patriarcal. Son corresponsables en materia económica.


Paternidades igualitarias y corresponsables. Son las ejercidas por hombres que están más conscientes o han tenido acceso a otros estilos de educación que les proveen de herramientas para comprender su masculinidad, desde una visión de igualdad de género (no necesariamente las reconocen con ese nombre). Tienen relaciones afectivas más libres de estereotipos con sus hijas e hijos, se involucran en la crianza, tareas de cuidado y labores del hogar, buscando un mayor equilibrio en la carga de trabajo con sus parejas. No ejercen violencia. Tienen apertura para dialogar sobre los temas, situaciones y emociones y eliminar los rasgos machistas que la cultura patriarcal ha inculcado en ellos. Son corresponsables en materia económica.

A manera de conclusión

No hay una forma de paternidad pura, ya que se presentan rasgos de formas tradicionales, con algunos cercanos a las paternidades igualitarias y corresponsables. En realidad, podríamos hablar de una coexistencia de diversos modelos de paternidad. Hoy, muchos hombres buscan nuevas formas de relacionarse con las familias que han formado. En tiempos recientes, han roto con aquellos esquemas tradicionales del padre proveedor, distante y autoritario, para dar paso a relaciones más cercanas y gratificantes con sus hijas e hijos. Sin embargo, aún pesan mucho los estereotipos y roles tradicionales de género, que obstaculizan el ejercicio libre y disfrute de paternidades igualitarias, corresponsables y afectivas.  

@aluisanerio